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el escrache de los ricos

viernes, 12 de abril de 2013



El Ministro de Justicia del Gobierno de España lo tiene claro. Para Alberto Ruiz Gallardón, los escraches de la PAH atentan contra la Democracia: ‘Lo grave es que se intente condicionar el voto de los diputados y eso está previsto en la ley y tiene que tener una respuesta como estoy convencido de que se va a producir por parte de la fiscalía y en su caso de los tribunales’.

Está bien claro: Gallardón solicita a jueces y fiscales que actúen contra los escraches. ¿El motivo? Quieren influir en el voto de los diputados. Pero esto de intentar influir en el voto de los representantes políticos no es nada nuevo, ni lo ha inventado la PAH, ni viene de Argentina. Ya en el siglo XVIII los parlamentarios británicos eran asaltados a las puertas Westminster por ‘grupos de presión’ que pretendían influir en sus decisiones. Poco a poco estos encuentros se institucionalizaron, hasta el punto de que eran habituales en los lobbies de hoteles cercanos al parlamento.

Han pasado varios siglos y las cosas han cambiado mucho. En casi todas las democracias de largo recorrido se reconoce legalmente la figura de los lobbies como representantes de los intereses concretos de determinados grupos: industria armamentística, empresas de alimentación, farmacéuticas, energéticas, tabaqueras, construcción, fondos de inversión, asociaciones deportivas, ecologistas… Supuestamente, los lobbies se encargan de informar a los políticos para que puedan tomar decisiones con todos los datos sobre la mesa. Supuestamente.

El europarlamentario y periodista austriaco Hans-Peter Martin denuncia en su blog que determinados lobbies tratan de orientar el sentido de su voto con ‘argumentos’ tan convincentes como un lujoso viaje a Asia pagado por ALFI (industria de los fondos de inversión de Luxemburgo) o probar un simulador de vuelo por cortesía de Europe Air Sports (aviación deportiva y recreativa). Estas ‘ofertas informativas’ no son casos aislados, el propio Hans-Peter Martin publica un registro de los ‘argumentos’ que recibe cada día.

Bruselas es la capital europea de los grupos de presión. Según el Registro de Transparencia que el Parlamento Europeo y la Comisión Europea elaboraron en 2012, en Bruselas hay más de 5.400 organizaciones que ‘participan en actividades destinadas a influir en el proceso de elaboración de políticas y toma de decisiones de la UE’. Y lo cierto es que utilizan los ‘argumentos’ más seductores para influir en los votos de los políticos. Si todavía no has visto ‘El lobby feroz’ de Jordi Évole, corre a descargarlo (o verlo aquí mismo).

En España vamos algo retrasados en cuanto al reconocimiento de los lobbies. Haberlos haylos, pero nadie quiere poner el cascabel al gato. Más allá de los grandes grupos y corporaciones que ejercen presión directa sobre los políticos, hay empresas (esta o esta) que ofrecen abiertamente la posibilidad de contratar servicios de defensa de intereses ante los gobiernos o actuaciones de lobby ante la administración. Numerosas voces han reclamado la necesidad de regular este fenómeno en España sin éxito.

‘Lo grave es que se intente condicionar el voto de los diputados’, dice Alberto Ruiz Gallardón. El Ministro de Justicia se rasga las vestiduras por la presión que ejerce la PAH en las calles, les acusa de presionar a los señores diputados para influir en su voto, pero contempla con satisfacción los ‘argumentos’ que proporcionan a sus señorías los ‘otros’ grupos de presión.

¿Habéis estado en algún escrache? Son concentraciones totalmente pacíficas que utilizan elementos lúdicos para reivindicar unas medidas que gozan de un amplio respaldo social. Sólo hay que recordar el millón cuatrocientas mil firmas que acompañan a la ILP presentada por la PAH, los altos índices de apoyo que demuestran las encuestas o incluso la sentencia del Tribunal de Justicia de la UE que considera injusto el sistema hipotecario español. Pero antes de recurrir al escrache los representantes de la PAH intentaron reunirse con miembros del PP, siguieron los cauces tradicionales, enviaron cartas, emails y burofaxes… y nunca recibieron respuesta. Tal vez olvidaron que para ‘condicionar el voto de los diputados’ al gusto de Gallardón hay que llevar un buen regalo bajo el brazo.

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